Por la mañana leímos El cuento de las mentiras, de los Hermanos Grimm:
Voy a contaros una cosa. He visto volar a dos pollos asados; volaban rápidos, con el vientre hacia el cielo y la espalda hacia el infierno; y un yunque y una piedra de molino nadaban en el Rin, despacio y suavemente, mientras una rana devoraba una reja de arado, sentada sobre el hielo, el día de Pentecostés. Tres individuos, con muletas y patas de palo, perseguían a una liebre; uno era sordo; el otro, ciego; el tercero, mudo; Y el cuarto no podía mover una pierna. ¿Queréis saber qué ocurrió? Pues el ciego fue el primero en ver correr la liebre por el campo; el mudo llamó al tullido, y el tullido la agarró por el cuello. Unos, que querían navegar por tierra, izaron la vela y avanzaron a través de grandes campos, y al cruzar una alta montaña naufragaron y se ahogaron. Un cangrejo perseguía una liebre, y a lo alto de un tejado se había encaramado una vaca. En aquel país, las moscas son tan grandes como aquí las cabras. Abre la ventana para que puedan salir volando las mentiras.
Pero no abrimos las ventanas porque hacía calor y estaba prendido el aire acondicionado, así que invitamos a las mentiras para que vengan a ayudarnos a escribir y resultó que las mentiras tenían unas ideas geniales para los cuentos. Mentiras y disparates como el de una familia que desayuna con agua y jabón y uno de los hijos entra en una burbuja y recorre el mundo, u otra familia tan pero tan mentirosa que crecía desproporcionadamente y hasta una chica que comía gusanos de dragón en lugar de fideos y tenía que encontrar un conjuro para no escupir fuego. Al final entre tantas exageraciones la mañana se nos escapó volando.
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